David Byrne: “Estados Unidos y Europa corren el riesgo de caer en la xenofobia”

Via El Mundo

Photo by Jody Rogac

DARÍO PRIETO

En el principio fueron dos palos. O dos piedras. O un palo contra una piedra. Acaso sonaba una voz por ahí también. El caso es que la música nació siendo un ritmo, resonando en la caverna. Y, de ahí, mutó: se hizo gregoriano y jota, Schoenberg y Beatles, Mozart y jazz. Un día apareció David Byrne con un traje de vestir gigantesco, bailando entre convulsiones como si le acabase de dar un calambrazo. Lo hacía porque quería que su cabeza pareciese más pequeña. Un recurso visual para sus conciertos. Pero también algo más. Quería volver a aquel principio: "La música es muy física y, a menudo, el cuerpo la entiende antes que la cabeza".

David Byrne (Dumbarton, 1952) es un tesoro viviente, como dicen los japoneses. Con Talking Heads llevó el nervio punk del CBGB neoyorquino hasta la electrónica y el frenesí de la música africana. Con Brian Eno quiso ir más allá y abrió el campo para las denominadas "músicas del mundo", aunque la etiqueta siempre le horrorizó. También dirigió películas sobre el 'american way of life' ('True stories') y sobre los rituales candomblé en Brasil ('Ile Aiye'), ganó un Oscar por la música de 'El último emperador' (1987) y compuso junto a Fatboy Slim una ópera 'disco' inspirada en la vida de Imelda Marcos. Trabajó con Celia Cruz y fundó un sello discográfico, Luaka Bop, para difundir músicas que hasta entonces estaban fuera del radar de Occidente. Puso sus composiciones al servicio del teatro de Robert Wilson y del sistema operativo Windows XP. Y, por si fuera poco, también escribió libros, muchos libros, desde poemas a sus diarios en bicicleta por diversas partes del mundo.

Esta hiperactividad de Byrne encarna el espíritu de nuestro tiempo: yuxtaposición, síncopa, 'horror vacui', alienación, lo sublime y lo vulgar... Por eso el anuncio el pasado marzo de un nuevo disco suyo, el primero en solitario en 14 años, hizo que muchos nos levantásemos de la silla. Como cuando viene a visitarte ese tío loco y sabio con la mochila llena de anécdotas. Si a eso le sumábamos que 'American Utopia' era un disco sobre Trump y las políticas inmigratorias, las orejas y los ojos se abrían de par en par para no perderse nada que lo que Byrne tenía que decir. Ahora se presenta el momento de ver el espectáculo nacido de ese álbum, que llega a España con tres paradas: la primera, este martes en las Noches del Botánico de Madrid; el viernes lo hará en el festival BBK Live de Bilbao y el sábado será la última oportunidad en el Cruïlla de Barcelona.

En el escenario, descalzos y de traje, Byrne y sus músicos tocan y bailan las canciones de 'American Utopia' y también las de Talking Heads. Los trajes y la puesta en escena evocan 'Stop making sense' (1984), aquel concierto que Jonathan Demme filmó en la que es, probablemente, la mejor película musical jamás hecha. Pero Byrne no se achanta: "Hay que ver este show. Es completamente diferente a cualquier cosa que haya hecho antes. La música grabada es el marco, la 'plantilla', pero el espectáculo es muy distinto a un disco", asegura a EL MUNDO.

Las canciones de Talking Heads están llenas de cosas y, sin embargo, no les sobra nada. Por eso suenan, tres décadas después de la disolución del grupo, casi más actuales que las de 'American Utopia'. Aunque siempre queda algo: el interés por las alianzas estratégicas (Oneohtrix Point Never, Sampha, el propio Brian Eno) el surrealismo y la asociación libre de 'Everyday is a miracle', la maquinaria sincopada de 'It's not dark up here'... Y, por encima de todo, una reflexión desengañada sobre las esperanzas que teníamos en la curva ascendente de la Historia. "Creo que todos imaginamos el futuro como algo donde hay más cantidad de lo que existe en el presente", reflexiona. "Si están construyendo bloques de apartamentos en nuestro vecindario, entonces en el futuro el mundo consistirá en ciudades llenas de horribles bloques de apartamentos. Si estamos disfrutando de la música juntos, en un grupo de gente diversa y feliz, entonces imaginaremos que el mundo consistirá en todos viviendo felices juntos".

Escocés emigrado a EEUU de niño, el autor de 'I Zimbra' siente especialmente cercano el drama de quien llega a otro país buscando una vida mejor y se encuentra con que las autoridades fronterizas los separan de sus niños. "Aunque las canciones se refieren a Estados Unidos, donde vivo, está sucediendo lo mismo en muchas partes del mundo, como la gente de España sabe perfectamente", denuncia. "Esta situación me entristece, me cansa y me enfada, así que tengo que encontrar alternativas en el mundo y en mi música. En ese sentido, nuestro espectáculo en directo es una especie de respuesta, una alternativa".

"Estados Unidos y Europa corren el riesgo de retroceder, de caer en la xenofobia", alerta. "Pero tengo toda mi esperanza puesta en que el placer de la música prevalecerá y superará esta tendencia". Su fe viene de las transformaciones que ha presenciado desde aquella época en que tenía que soportar sonrisitas por reeditar álbumes de música afroperuana. "Han cambiado mucho las cosas", reflexiona. "Los periódicos generalistas reseñan ahora discos de África, de Sudamérica y también de K-Pop. Éste es un cambio importante. Estos creadores son tomados en serio, no solamente como un sabor 'exótico'. En Europa esto ha sucedido antes que en EEUU".

Aún así, no quiere caer en el optimismo impostado de los concursos televisivos o el 'coaching'. "No creo que la música sea la mejor manera de cambiar la opinión de la gente sobre cuestiones específicas", sentencia. E insiste: "Más bien pienso que la música presenta una alternativa, un ejemplo, un modelo para caminar a otra forma de existir. La música crea comunidades. La música plantea preguntas".

Preguntas (y muchas) hay en 'Cómo funciona la música' el último libro de Byrne, publicado en España en 2014 por Reservoir Books. Escrito sin orden ni concierto, como cabría esperar de él, plantea un viaje alucinante por nuestra forma de escuchar y relacionarnos con el sonido. Pero también hay reflexiones sobre temas candentes, como la piratería, la compresión de sonido en el 'streaming' o el lado oscuro de los negocios en la industria musical. En un momento dado, hace una declaración de intenciones: "He ganado dinero y me han estafado (bueno, he firmado contratos horribles). He tenido libertad creativa y me han apremiado a crear éxitos. He lidiado con músicos chalados que se creían divos y he visto cómo discos geniales de fantásticos artistas pasaban sin pena ni gloria. Adoro la música. La adoraré siempre. Me ha salvado la vida, y sé que no soy el único que dice esto. Si crees que en el mundo de la música el éxito se mide por el número de discos vendidos o por el tamaño de tu casa o de tu cuenta corriente, entonces no soy el experto que buscas. Estoy más interesado en cómo se puede dedicar toda una vida a la música. ¿Es posible tal cosa? Y si lo es, ¿cómo se hace?".

El tema de la compresión le preocupa especialmente. "Creo que sería mejor tanto para los músicos como para los fans si los archivos proporcionasen más información", plantea. "No creo que sea un esfuerzo intencional para controlarnos, sino que obedece una falta de visión de futuro. Si hubiera más información en los archivos, los fans la usarían como un medio para descubrir nueva música y para profundizar en el disfrute de la música que les gusta".

Pero, por encima de ello, sobrevuela la gran angustia de nuestro tiempo: ¿Qué escuchar cuando se puede escuchar cualquier cosa? "Sigo recomendaciones de amigos, de críticos y, a veces, de algoritmos. Pero aún así, hay demasiado. La música que he marcado para escuchar luego y que todavía tengo pendiente crece y crece cada día", se queja Byrne. De ahí, dice, nuestra necesidad de volver, una y otra vez, al principio: "La ilimitada posibilidad de elegir desemboca en la imposibilidad de elegir".


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