David Byrne en el Gran Rex: permanecer en la luz

Via Silencio

Foto: Cecilia Salas

Por Sebastián Chaves

David Byrne tiene un cerebro en la mano. Está sentado solo en el medio del escenario sobre el que no hay más escenografía que su silla y una mesa, y “Here”, de su último disco, se convierte en una clase de anatomía. “Está es una región que continúa con vida incluso cuando las otras son removidas”, recita señalando un punto preciso del órgano que sostiene. En definitiva, lo que parece querer decirle a su público / alumnado es que “siempre se puede pensar”.

Una hora y media más tarde, terminará su recital ya sin su saco gris, con su camisa visiblemente transpirada y liderando a su orquesta itinerante redoblante para una versión enérgica de “Hell You Talmbout”, de Janelle Monáe. “Está dedicada a todos los hombres y mujeres asesinados por la policía”, resumió antes de hacer las veces de orador callejero con redoblante en mano.

Entre ese principio distante y el final abrazador, David Byrne lo dio todo. Y no en términos de una entrega a pura testosterona sino en términos de concepto. Cada canción fue presentada como un acto individual guionado: un ballet pop en el punto medio entre lo mecánico y lo humano, entre la alienación y la cordura. En los primeros minutos de show, “I Zimbra” y “Slippery People” (dos de varias de los Talking Heads que interpretó a lo largo de la noche) sonaron más rítmicas que nunca gracias a las percusiones casi en plan world music y a los bajos corpulentos. Parado bien al frente del escenario, el cantante se arremangó el pantalón para chequear su gemelo. El cerebro había sido puesto en funcionamiento, el músculo también.

Con el gris como color predominante -desde los trajes de toda la banda y los hilos que caían de fondo delimitando las tres paredes del escenario hasta al pelo del propio Byrne-, la puesta en escena incluyó un juego de luces mínimo. Apenas un baño rojo justo en el estribillo de “Burning Down the House” o los flashes sobre la robótica “I Dance Like This” fueron detalles que pegaron en el momento justo. Desde la sucesión de los temas, la línea argumental también fue más gestual que concreta: del “Todos vienen a mi casa y ya nunca volveré a sentirme solo” a “Mi casa es donde quiero estar“, con “Everybody’s Coming to My House” y “This Must Be the Place (Naive Melody)” puestas en continuado. Sobre esta última, la música y el baile se cortó en seco luego del verso “Amame hasta que mi corazón se detenga“, otro detalle cargado de encanto inocente.

Reconciliado plenamente con el pasado, David Byrne ajustó lo mejor de su repertorio a su propio presente. De aquel neurótico obsesionado con la vida cotidiana que encarnaba en los Talking Heads a este tío sabio y amigable que ya pasó los 65, el derrotero de new wave e incursiones latinas convivieron como una continuación de los míticos shows de su exbanda que terminaron registrados en Stop Making Sense (1984). Aunque la orquesta extendida que lo acompañó tuvo más que ver con la experimentación polirrítmica de The Name of This Band Is Talking Heads (1982), las referencias solapadas al concierto filmado por Jonathan Demme son las que mejor dieron cuenta de cómo Byrne registra el paso del tiempo.

Allí donde antes una lámpara de pie se volvía objeto de deseo en un baile descorazonado, anoche, en “Bullet”, no fue más que su compañía utilitaria hasta que se alejó lentamente de él sobre el final. Y hasta sus brotes de psychokiller ahora se volvieron reflexivos en la versión expansiva de “Once in a Lifetime”. Porque si bien crecer no te resuelve nada, sí te da el manejo del tiempo necesario para licuar las urgencias. Claro que para lograrlo hay que sentarse, pensar y dejar todo en el proceso. Algo que David Byrne entiende mejor que nadie.

November Radio David Byrne Radio Presents: Mali

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